La desesperación dejó en entredicho una huida forzosa. Ahora, tres años después de obligatoria reclusión, Marco Aurelio era otro. Otro su mundo amortajado de traición.
Lo perdiste todo ¡cabrón!, por una puta. ¿Se justifica tres años escondido?, ¿una fortuna por una bronca de celos?. Horas acostado, reconstruyendo el pasado, recordando a la mujer por quien se jugó el pellejo, hasta hacer el recuerdo intranscendente, aunque en el fondo era un amor imborrable. El muerto costó una fortuna. La pandilla que protegía al finado alegó que el muerto tenía con ellos una cuenta muy grande. Tocó pagar. El hermano mayor hizo los negocios apoyado con influencias; alegando que todo había sido un problema de honor. En definitiva esa era la verdad, demostrar un fetiche de hombría, de poder y también una infantil arrogancia.
Marco Aurelio dejó su escondite una tarde de verano. Miró el apartamento que dejaba. La alfombra estaba cochina, deshilachada, los muebles olían mal, el televisor descompuesto. Todo era un desastre. Se puso unos lentes oscuros y salió al encuentro de la bulliciosa Ciudad.
Libre de peligro, ahora vivía en la soledad de una laboriosa construcción. Era un hotel hexagonal, construido, manteniendo el estilo de un monasterio medieval. En su interior hay una plazoleta empedrada; a un lado, la capilla en cúpula y, ya sus arcos de ladrillo y sus formas deparan el placer suntuoso del reposo. En la parte alta del séptimo circulo, está ubicado el nuevo apartamento de Marco. Una elección a su gusto. La decoración juega con la línea de la construcción, manejada con sutil toque de modernidad, creando un espacio agradable con todo lujo de detalles.
Visto de perfil, sentado en el sofá de piel gamuza, frente a la ventana, bañado por la luz irreal de la moribunda tarde sabanera, su rostro inescrutable de hace tres años, parece, de alguna manera haberse modificado, como si en la frialdad hubiera entrado el calor y en sus ojos, algo parecido a la tristeza. Sólo el tono de su voz no había cambiado: pausado, con decisión. Sus temas eran distintos. Él era distinto. Su sintaxis, su compostura eran los modales del hijo de un burgués, con la diferencia que en su discurso había cierta filosofía entroncada de la vida, del hombre de mundo. El confinamiento le había enseñado a estudiar gestualidad de gente bien; ademanes frívolos que no expresan nada y esconden el pensamiento. Eso lo disfrutaba en silencio.
Quería olvidar el pasado. El mundo del bandidaje, los estrafalarios gustos y los placeres sórdidos. Estaba interesado en invertir en propiedad y raíz, construcción. Buscaba otra forma de vida, otra categoría social. Andaba con lindas chicas de la sociedad. No faltaba alguna modelo famosa o actriz de televisión. Ellas le brindaban atención como una forma de conquista. Aquel joven millonario de 27 años, que esgrimía cierto aire de buena educación y bagaje de hombre de mundo. Aquel joven con coraje y audacia, indudablemente era una buena partida. Él era diferente a jóvenes consentidos o a ricos emergentes surgidos del bajo mundo. Sabía lo que ellas buscaban y lo aprovechaba; las disfrutaba con humor sardónico y cierta perversidad. Manejaba la vida y las relaciones amorosas como un actor. A fin de cuentas, había trajinado los placeres mundanos sin recato y sabía atrapar una mosca en la mano.
Un enjambre de torcazas pasó trinando junto a la ventana. Más allá se vislumbraban tres edificios de cristal y a otro nivel, una obra en ladrillo limpio. La avenida 15, hormigueaba de gente y vehículos. Sobre las mansiones arboladas, el cielo sabanero estaba nublado.
El citófono anuncio a Marly Tascón. Su apellido pertenecía a la aristocracia provinciana de la costa. Tenía pretensiones de participar en el reinado Nacional y, a pesar de sus ínfulas, era una arribista deprimente. Besó la mejilla a Marco Aurelio y con fingida voz, dijo:
-Estaba cerca y pensé, imposible no visitar a John. -John era el nombre impostor de Marco.
-Sí, sería el colmo...-respondió John, con sonrisa complaciente.
Marly no tenía más de 17 años y John no había podido con ella. Había cierto juego erótico que no había tenido feliz término, no porque sí. Marly era una gilipollas astuta; no se diferenciaba de una legumbre o una vaca, pero sabía lo que quería. Además desconfiaba, la roía cierta sospecha sobre la fortuna de John, pero aprovechaba su amistad para disfrutar la vida nocturna, regalos, viajes. Sabía cuando salir y cuando no. Cuidaba de una manera majadera, el círculo de amigos de apellidos respetuosos. Lo que entretejía entre manos esta frívola legumbre, tenía sin cuidado a John.
Se quitó el gabán.
-Tú apartamento es precioso -dijo, girando el cuerpo ceñido al jersey, esbozando una sonrisa coqueta. Realmente era una mujer con clase.
John la miró. Tenía un culo bien hecho que deseaba corromper.
-¿De verdad te gusta? -Dijo John, abrazándola por la espalda para contemplar un óleo: El Cóndor de Obregón. -Un excelente pintor, ¿cierto?
-Excelente y costoso, -dijo ella, ladeando la cabeza para mirar la obra.
El citófono anunció a Alexandra. En seguida a Marta y Mauricio. Mauricio, actor y cantante, manejaba la agencia de modelaje. A través de él, John había adquirido la agencia a un costo elevado, pero también había conocido a muchas figuras de la farándula y chicas de la sociedad. Como propietario, se movía tras bambalinas, como pez en el agua.
Alexandra había trabado amistad con John en una finca hacía muy poco. Ella sabía el significado de esa amistad. En aquella ocasión ella le expuso sus pensamientos y deseos. Era altruista; le gustaba el arte, el cine. Habló con romanticismo, contemplando la noche estrellada con emoción. Procuró demostrar que era fiel, lo que hacía lo hacía con amor, dijo aquella noche. Era una mujer de clase media-alta, con una belleza tropical fuera de lo común y ella lo sabía. Fue al apartamento de John a darle la buena nueva: la habían seleccionado por su Departamento al reinado Nacional, además, dijo, a pedirle consejo y apoyo moral. Johon entendió que buscaba patrocinio.
Marta tenía 38 años pero aparentaba 30. Era una alcahueta que se movía por las altas esferas con discreto encanto. Un comodín, apreciado por hombres y mujeres. Los secretos de alcoba que guardaba o protagonizaba Marta, eran valiosos. Todos la mimaban con descaro admirable.
Afuera, en el crepúsculo infernal de la ciudad, se escuchó un trueno y la lluvia se desgranó sin piedad. Mauricio cerró la ventana, y con voz teatral dijo:
-¿Desean coñac?
-Gracias -dijo Marta, animando con la mirada a las dos chicas. Ellas aceptaron.
-A mi a las rocas, por favor, -dijo Marly.
-Si hay tónica, mejor, -dijo Alexandra.
Marta miró a John con maléfica complicidad.
John prefirió sentarse solo, sin preferencia. Empezó a decir un discurso sencillo y agradable de la importancia de saber disfrutar los placeres de la vida, la belleza. Las chicas se animaron, discutieron; al fin hablaron del último grito de la moda.
-El último grito en vestidos de baño -dijo Marta, con audacia de embaucadora, -los tengo aquí, en este maletín, -y señaló un bolso de cuero que estaba sobre el sofá.
Las miradas de Mauricio y John se comunicaron. Mauricio se levantó del sofá como inspirado por una idea, y arrastrando las miradas dijo:
-Para tener éxito en un reinado, hay que prepararse a conciencia. Oigan bien: obsesionarse...
-Y quien mejor que Mauricio, para enseñarles los trucos de la pasarela, manejo del público. Como organizar un ideario o, mejor, como dar respuestas acertadas a preguntas imprevistas, -dijo John.
-Ustedes son afortunadas -dijo Marta, mirando a Marly, que por un momento se había sentido excluida. -Tienen la agencia que las apoya con el mejor fotógrafo, pasarela, glamur, maquillaje. ¡Lo que quieran, queridas!. -Se atrevió a ofrecer abrazando a John.
-¿Creen que tenga oportunidad?... -dijo Alexandra con falsa humildad. Ya se le empezaba a encumbrar la corona en la cabeza. Miró a Marly como una rival menor y luego interrogó a John con los ojos.
-¡Claro que tienes oportunidad!, -dijo Marta. -Lo mismo tú Marly. Tienes que empezar desde ahora a prepararte.
-Porque no se colocan los vestidos de baño, para ver como están?... -dijo Mauricio.
-Sí, sería importante... -observó John.
-Que vergüenza... -dijo Marly.
-No sería capaz, -dijo Alexandra.
-¡Qué les pasa niñas!. Estos hombres, en esa agencia, miran todos los días chicas en pelota. ¡Ustedes saben! En el estudio fotográfico, todas andan en bola, -dijo Marta.
-No sean bobitas-, dijo Mauricio, sirviendo otro coñac. Todos bebieron con animación.
Marta había abierto la maleta con los vestidos de baño. Les ofreció. Las dos escogieron el que mejor les sentara. Marta también escogió el de ella. Entraron a cambiarse a la alcoba, al momento salieron.
John y Mauricio se habían sentado en el sofá.
-Vamos chicas, caminen -ordenó Mauricio. -No está mal, pero la verdad, con ese enterizo, no se aprecian bien... -miró a John.
-Sí, colóquense la tanga, -dijo John.
-¡La tanga!, -exclamaron las dos al unísono.
-Vamos, dejémonos de misterios, que así no hacemos nada, -dijo Mauricio con fingido fastidio. Dio la espalda y sirvió otros tragos. En ese momento hizo su entrada Marta. Ellos se contuvieron para no estallar en risas.
-A ver Marta, muévelo, muévelo, -dijo Mauricio dándole unas palmadas en la nalga, riendo.
Las dos chicas salieron en las diminuta prenda.
-Tus piernas largas te favorecen y tu cintura es delgada, -dijo John a Marly, examinándola con seriedad. -Claro que tienes un problema, el busto tiene una separación..., -se puso de pie, cogió las tetas de Marly y mostró la separación del pecho.
-¿Y eso no se puede solucionar?, -dijo Marly.
-Mira esta parte, -dijo Mauricio, examinando las piernas de Alexandra. Tenía la palma de la mano metida en el sartorio del muslo, casi tocando la pelvis. Entre pierna y pierna había un gordito insignificante. -Este gordito, no deja ver la pierna en su línea perfecta.
-¿Yo lo tengo?, -preguntó Marly
-No -dijo Jhon, entrelazando la pierna con ambas manos. -Tu pierna es lisa. Está un poco flácida. Con un poco de pesas quedas bien. -La giró de espalda. Le cogió el glúteo, -¡perfecto! En esta zona hay que hacer un poquito de ejercicios, -dijo, conteniendo la risa. -Tú no tienes problemas con el derriere, -la tanga la había bajado hasta la raya del culo.
Muy rápido, intercambiaron pareja.
-Marly no tiene mucha abertura en el pecho, lo que le falta es un poco de volumen en el busto y queda bien, -dijo Mauricio. Las manos tenían agarradas las tetas de Marly como dos naranjas.
-Y yo, como me veo... -dijo la pobre Marta, haciendo su entrada en el juego.
Todos estallaron de risa.
Afuera, en el vano de la ventana, había dos pájaros toche tratando inútilmente de escapar del aguacero. John abrió la ventana con cautela y los atrapó. Bajo el duro y frío reflejo del cristal vio la sonrisa de Alexandra y Marly que se perdían en la complaciente noche como fuegos artificiales. John apretó las manos con perversidad deliciosa y quedó extasiado.
Lo perdiste todo ¡cabrón!, por una puta. ¿Se justifica tres años escondido?, ¿una fortuna por una bronca de celos?. Horas acostado, reconstruyendo el pasado, recordando a la mujer por quien se jugó el pellejo, hasta hacer el recuerdo intranscendente, aunque en el fondo era un amor imborrable. El muerto costó una fortuna. La pandilla que protegía al finado alegó que el muerto tenía con ellos una cuenta muy grande. Tocó pagar. El hermano mayor hizo los negocios apoyado con influencias; alegando que todo había sido un problema de honor. En definitiva esa era la verdad, demostrar un fetiche de hombría, de poder y también una infantil arrogancia.
Marco Aurelio dejó su escondite una tarde de verano. Miró el apartamento que dejaba. La alfombra estaba cochina, deshilachada, los muebles olían mal, el televisor descompuesto. Todo era un desastre. Se puso unos lentes oscuros y salió al encuentro de la bulliciosa Ciudad.
Libre de peligro, ahora vivía en la soledad de una laboriosa construcción. Era un hotel hexagonal, construido, manteniendo el estilo de un monasterio medieval. En su interior hay una plazoleta empedrada; a un lado, la capilla en cúpula y, ya sus arcos de ladrillo y sus formas deparan el placer suntuoso del reposo. En la parte alta del séptimo circulo, está ubicado el nuevo apartamento de Marco. Una elección a su gusto. La decoración juega con la línea de la construcción, manejada con sutil toque de modernidad, creando un espacio agradable con todo lujo de detalles.
Visto de perfil, sentado en el sofá de piel gamuza, frente a la ventana, bañado por la luz irreal de la moribunda tarde sabanera, su rostro inescrutable de hace tres años, parece, de alguna manera haberse modificado, como si en la frialdad hubiera entrado el calor y en sus ojos, algo parecido a la tristeza. Sólo el tono de su voz no había cambiado: pausado, con decisión. Sus temas eran distintos. Él era distinto. Su sintaxis, su compostura eran los modales del hijo de un burgués, con la diferencia que en su discurso había cierta filosofía entroncada de la vida, del hombre de mundo. El confinamiento le había enseñado a estudiar gestualidad de gente bien; ademanes frívolos que no expresan nada y esconden el pensamiento. Eso lo disfrutaba en silencio.
Quería olvidar el pasado. El mundo del bandidaje, los estrafalarios gustos y los placeres sórdidos. Estaba interesado en invertir en propiedad y raíz, construcción. Buscaba otra forma de vida, otra categoría social. Andaba con lindas chicas de la sociedad. No faltaba alguna modelo famosa o actriz de televisión. Ellas le brindaban atención como una forma de conquista. Aquel joven millonario de 27 años, que esgrimía cierto aire de buena educación y bagaje de hombre de mundo. Aquel joven con coraje y audacia, indudablemente era una buena partida. Él era diferente a jóvenes consentidos o a ricos emergentes surgidos del bajo mundo. Sabía lo que ellas buscaban y lo aprovechaba; las disfrutaba con humor sardónico y cierta perversidad. Manejaba la vida y las relaciones amorosas como un actor. A fin de cuentas, había trajinado los placeres mundanos sin recato y sabía atrapar una mosca en la mano.
Un enjambre de torcazas pasó trinando junto a la ventana. Más allá se vislumbraban tres edificios de cristal y a otro nivel, una obra en ladrillo limpio. La avenida 15, hormigueaba de gente y vehículos. Sobre las mansiones arboladas, el cielo sabanero estaba nublado.
El citófono anuncio a Marly Tascón. Su apellido pertenecía a la aristocracia provinciana de la costa. Tenía pretensiones de participar en el reinado Nacional y, a pesar de sus ínfulas, era una arribista deprimente. Besó la mejilla a Marco Aurelio y con fingida voz, dijo:
-Estaba cerca y pensé, imposible no visitar a John. -John era el nombre impostor de Marco.
-Sí, sería el colmo...-respondió John, con sonrisa complaciente.
Marly no tenía más de 17 años y John no había podido con ella. Había cierto juego erótico que no había tenido feliz término, no porque sí. Marly era una gilipollas astuta; no se diferenciaba de una legumbre o una vaca, pero sabía lo que quería. Además desconfiaba, la roía cierta sospecha sobre la fortuna de John, pero aprovechaba su amistad para disfrutar la vida nocturna, regalos, viajes. Sabía cuando salir y cuando no. Cuidaba de una manera majadera, el círculo de amigos de apellidos respetuosos. Lo que entretejía entre manos esta frívola legumbre, tenía sin cuidado a John.
Se quitó el gabán.
-Tú apartamento es precioso -dijo, girando el cuerpo ceñido al jersey, esbozando una sonrisa coqueta. Realmente era una mujer con clase.
John la miró. Tenía un culo bien hecho que deseaba corromper.
-¿De verdad te gusta? -Dijo John, abrazándola por la espalda para contemplar un óleo: El Cóndor de Obregón. -Un excelente pintor, ¿cierto?
-Excelente y costoso, -dijo ella, ladeando la cabeza para mirar la obra.
El citófono anunció a Alexandra. En seguida a Marta y Mauricio. Mauricio, actor y cantante, manejaba la agencia de modelaje. A través de él, John había adquirido la agencia a un costo elevado, pero también había conocido a muchas figuras de la farándula y chicas de la sociedad. Como propietario, se movía tras bambalinas, como pez en el agua.
Alexandra había trabado amistad con John en una finca hacía muy poco. Ella sabía el significado de esa amistad. En aquella ocasión ella le expuso sus pensamientos y deseos. Era altruista; le gustaba el arte, el cine. Habló con romanticismo, contemplando la noche estrellada con emoción. Procuró demostrar que era fiel, lo que hacía lo hacía con amor, dijo aquella noche. Era una mujer de clase media-alta, con una belleza tropical fuera de lo común y ella lo sabía. Fue al apartamento de John a darle la buena nueva: la habían seleccionado por su Departamento al reinado Nacional, además, dijo, a pedirle consejo y apoyo moral. Johon entendió que buscaba patrocinio.
Marta tenía 38 años pero aparentaba 30. Era una alcahueta que se movía por las altas esferas con discreto encanto. Un comodín, apreciado por hombres y mujeres. Los secretos de alcoba que guardaba o protagonizaba Marta, eran valiosos. Todos la mimaban con descaro admirable.
Afuera, en el crepúsculo infernal de la ciudad, se escuchó un trueno y la lluvia se desgranó sin piedad. Mauricio cerró la ventana, y con voz teatral dijo:
-¿Desean coñac?
-Gracias -dijo Marta, animando con la mirada a las dos chicas. Ellas aceptaron.
-A mi a las rocas, por favor, -dijo Marly.
-Si hay tónica, mejor, -dijo Alexandra.
Marta miró a John con maléfica complicidad.
John prefirió sentarse solo, sin preferencia. Empezó a decir un discurso sencillo y agradable de la importancia de saber disfrutar los placeres de la vida, la belleza. Las chicas se animaron, discutieron; al fin hablaron del último grito de la moda.
-El último grito en vestidos de baño -dijo Marta, con audacia de embaucadora, -los tengo aquí, en este maletín, -y señaló un bolso de cuero que estaba sobre el sofá.
Las miradas de Mauricio y John se comunicaron. Mauricio se levantó del sofá como inspirado por una idea, y arrastrando las miradas dijo:
-Para tener éxito en un reinado, hay que prepararse a conciencia. Oigan bien: obsesionarse...
-Y quien mejor que Mauricio, para enseñarles los trucos de la pasarela, manejo del público. Como organizar un ideario o, mejor, como dar respuestas acertadas a preguntas imprevistas, -dijo John.
-Ustedes son afortunadas -dijo Marta, mirando a Marly, que por un momento se había sentido excluida. -Tienen la agencia que las apoya con el mejor fotógrafo, pasarela, glamur, maquillaje. ¡Lo que quieran, queridas!. -Se atrevió a ofrecer abrazando a John.
-¿Creen que tenga oportunidad?... -dijo Alexandra con falsa humildad. Ya se le empezaba a encumbrar la corona en la cabeza. Miró a Marly como una rival menor y luego interrogó a John con los ojos.
-¡Claro que tienes oportunidad!, -dijo Marta. -Lo mismo tú Marly. Tienes que empezar desde ahora a prepararte.
-Porque no se colocan los vestidos de baño, para ver como están?... -dijo Mauricio.
-Sí, sería importante... -observó John.
-Que vergüenza... -dijo Marly.
-No sería capaz, -dijo Alexandra.
-¡Qué les pasa niñas!. Estos hombres, en esa agencia, miran todos los días chicas en pelota. ¡Ustedes saben! En el estudio fotográfico, todas andan en bola, -dijo Marta.
-No sean bobitas-, dijo Mauricio, sirviendo otro coñac. Todos bebieron con animación.
Marta había abierto la maleta con los vestidos de baño. Les ofreció. Las dos escogieron el que mejor les sentara. Marta también escogió el de ella. Entraron a cambiarse a la alcoba, al momento salieron.
John y Mauricio se habían sentado en el sofá.
-Vamos chicas, caminen -ordenó Mauricio. -No está mal, pero la verdad, con ese enterizo, no se aprecian bien... -miró a John.
-Sí, colóquense la tanga, -dijo John.
-¡La tanga!, -exclamaron las dos al unísono.
-Vamos, dejémonos de misterios, que así no hacemos nada, -dijo Mauricio con fingido fastidio. Dio la espalda y sirvió otros tragos. En ese momento hizo su entrada Marta. Ellos se contuvieron para no estallar en risas.
-A ver Marta, muévelo, muévelo, -dijo Mauricio dándole unas palmadas en la nalga, riendo.
Las dos chicas salieron en las diminuta prenda.
-Tus piernas largas te favorecen y tu cintura es delgada, -dijo John a Marly, examinándola con seriedad. -Claro que tienes un problema, el busto tiene una separación..., -se puso de pie, cogió las tetas de Marly y mostró la separación del pecho.
-¿Y eso no se puede solucionar?, -dijo Marly.
-Mira esta parte, -dijo Mauricio, examinando las piernas de Alexandra. Tenía la palma de la mano metida en el sartorio del muslo, casi tocando la pelvis. Entre pierna y pierna había un gordito insignificante. -Este gordito, no deja ver la pierna en su línea perfecta.
-¿Yo lo tengo?, -preguntó Marly
-No -dijo Jhon, entrelazando la pierna con ambas manos. -Tu pierna es lisa. Está un poco flácida. Con un poco de pesas quedas bien. -La giró de espalda. Le cogió el glúteo, -¡perfecto! En esta zona hay que hacer un poquito de ejercicios, -dijo, conteniendo la risa. -Tú no tienes problemas con el derriere, -la tanga la había bajado hasta la raya del culo.
Muy rápido, intercambiaron pareja.
-Marly no tiene mucha abertura en el pecho, lo que le falta es un poco de volumen en el busto y queda bien, -dijo Mauricio. Las manos tenían agarradas las tetas de Marly como dos naranjas.
-Y yo, como me veo... -dijo la pobre Marta, haciendo su entrada en el juego.
Todos estallaron de risa.
Afuera, en el vano de la ventana, había dos pájaros toche tratando inútilmente de escapar del aguacero. John abrió la ventana con cautela y los atrapó. Bajo el duro y frío reflejo del cristal vio la sonrisa de Alexandra y Marly que se perdían en la complaciente noche como fuegos artificiales. John apretó las manos con perversidad deliciosa y quedó extasiado.
Del libro: Como tinta de sangre en el paladar. Santiago de Cali 1999
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